Una fecha focaliza toda mi actividad deportiva desde hace ya algún tiempo: 17 de marzo, Maratón Popular Ciudad de Badajoz. Y una cifra aparece marcada en letras de fuego en mi pensamiento y mire a donde mire aparece reflejada como cuando una figura se marca en nuestra visión y aunque cerremos los ojos sigue unos instantes presente en la misma: 42. Son los kilómetros a recorrer en dicha cita, es la distancia en la que solo entra en mis planes disfrutar cada metro, cada zancada.
No me obsesiona en cuanto a mis entrenamientos, alimentación o vida cotidiana. Las dos últimas sigue siendo la misma de siempre, pero es en el primero en dónde sí se han producido cambios para poder afrontar la carrera con ciertas garantías de cuanto menos acabarla sin comprometer mi integridad física. No es plan de llegar a meta de cualquier manera, a rastras, cueste lo que cueste y después tener que estar un mes o dos de baja deportiva sufriendo las consecuencias.
El principal cambio ha sido la mentalidad a la hora de plantearme salir a entrenar. Donde antes no se salía a correr si no había tiempo, si surgía algo o simplemente si no había ganas, ahora se sale a entrenar sí o sí y sin excusas. La meteorología ya no es un motivo para quedarse en casa y si no hay tiempo pues uno se lo inventa para echar unos kilómetros "a la saca". Un constipado con escalofríos es una circunstancia menor que no me imposibilita para correr. Los días de descanso a la semana están ahora más cotizados y están medidos con exactitud para no perder más entrenos de los necesarios. Y todo con el objetivo de acumular kilómetros diarios, semanales, mensuales, y obtener fondo y capacidad aeróbica.
Es aquí donde entra en juego el dilema y el conflicto de mis propios intereses. El aumento considerable de la carga de entrenamientos hace que aparezca las típicas molestias por sobrecargas y en estos casos nunca sabes si es algo pasajero y que desaparece como vino o si es el inicio de una lesión motivada por la exigencia física. Si paro para recuperarme pierdo continuidad en los entrenos, pero si sigo en con los entrenos no doy tregua a la molestia. Hasta ahora la estrategia de liarme la manta a la cabeza y arriesgar me esta dando resultado positivo y, como digo, las molestias se van tan fugazmente como aparecieron.
Intento tener una vision positiva e interpreto tales dolores temporales como adaptaciones de mi cuerpo para asimilar mejor el esfuerzo, como si de una metamorfosis se tratara. Y es que hay ocasiones que cuando sale una "caca" es mejor no hacerle caso y tirar adelante pues si centramos nuestro pensamiento en la misma cuando corremos nos va a doler más de lo que realmente duele. Si bien es cierto que hay que saber parar en el momento adecuado pues cuando aparece el dolor, ya no la molestia, el cuerpo nos está pidiendo que no sigamos maltratándolo. No ha sido este mi caso aún.
Y es que sólo un miedo ronda mi cabeza. No es el miedo al fracaso el día D, no es el miedo al sufrimiento, ni si voy a lograr terminar o no, porque no me veo físicamente fuerte.... me veo muy fuerte y aunque tengo respeto no le tengo miedo a la distancia. En cambio, sí tengo miedo a que una inesperada lesión trunque mis intenciones y me impida si quiera intentar lo que para mi será una gesta sea cual sea el resultado final, que me impida recibir en línea de meta el ánimo incesante de los míos que me impida saborear palmo a palmo el recorrido del circuito. Volvemos a la dicotomía; para evitar esto lo mejor es evitar entrenamientos sufridos pero sin estos mi objetivo se alejaría conforme se va acercando el día.
Finalmente, lo que no nos mata nos hace mas fuerte. Y si de esta salgo "vivo" voy a salir muy reforzado física y anímicamente. Será entonces el momento de olvidarse del fondo y trabajar la velocidad y seguir explorando mis límites, de los que cada vez más frecuentemente pienso van a llegar mucho más lejos del buen momento de forma en el que actualmente me encuentro.